
La escritora catalana Carmen Grau defiende la libertad frente a la autoridad. Le mueve su lucha por un mundo mejor para todos
“En Australia, si no votas, estás quebrantando la ley y tienes que pagar una multa o dar una buena razón para abstenerte”
Por Carmen Grau
El pasado 26 de junio hubo elecciones generales en España y tan solo seis días más tarde las hubo en Australia. Dentro de un par de meses, como todo el mundo que no viva en una burbuja sabe, las habrá en Estados Unidos. Son tres países que creo conocer bien, pues he vivido en ellos durante largas temporadas y mantengo lazos sentimentales y culturales con los tres. Por eso pensaba yo hace unos meses que este año está siendo muy interesante para mí desde el punto de vista político.
Yo tengo un gran problema con todo lo que sea obligar y prohibir, así que en principio no estoy de acuerdo con la política australiana, y como yo, millones de australianos que optan por la desobediencia civil y encuentran la manera de no ejercer su «obligación» por varios medios no muy difíciles: borrándose del censo o dibujando un pene en la papeleta. A una gran cantidad de los que se abstienen no les afecta quien gobierne —yo conozco a muchos— pues su vida acomodada no va a variar demasiado. Son gente no solo apolítica sino que aborrece la política. Yo los entiendo y me identifico con ellos. Sin embargo, quiero votar aunque me afecte poco el resultado. No por mí sino por añadir mi infinitésimo granito de arena a los que luchan por la libertad y por conseguir un mundo mejor para todos, no solo para algunos.
Carmen Grau
Carmen Grau es un modelo de mujer del siglo XXI, el amor imposible de más de uno y, sobre todo, una escritora excepcional e independiente en su más amplio sentido de la palabra: ocupa la zona de los más vendidos sin darse una pizca de importancia y renunciando a la literatura comercial. Además es filológa, editora, y correctora de un autor de esos que venden best seller como churros, uno detrás de otro, y cuyo nombre no quiero citar para no darle más publicidad (que ya tiene bastante). Domina el inglés, el francés y el catalán, y habla el ruso y el italiano. Escribe divinamente (literal).