Un buen cotilleo siempre será eso: un buen chisme. La tentación resulta irresistible y no hay tiempo ni ganas de confirmar. El bofetón que te llevas luego… Eso es otra historia. Me estreno con un microrrelato. Ahí vienen…
“Ahí vienen otra vez. Pero… Esos pasos no los conozco: se sienten más firmes, más secos, más seguros. ¿Y ese ruido? Parece un taladro…”
(BASADO EN HECHOS REALES)
Ahí vienen otra vez.
–¡Qué peste! –dice uno-.
–¡Qué cerdo! Seguro que no se lava y tiene la casa como una pocilga –dice otro mientras intenta sin éxito espiar por la mirilla de la puerta cerrada–.
Los dos se han tomado un respiro en el descansillo.
–Desde que su mujer le dejó… ¿Has visto como tiene el buzón? Es descuidado hasta para eso. Ni el correo recoge.
–¡Cinco años lleva encerrado! Es que los hombres no sirven para nada sin una mujer.
Les oigo todos los días. Primero, sus pasos. Los de uno suenan como si arrastrara los pies, como si restregara las losas para enlucirlas. Los del otro golpean con firmeza el piso del rellano, como si así dejara claro aquí estoy yo. Siempre se paran a espiar tras la puerta. Siempre cuchichean. Siempre olfatean como perros de presa. Y algunas veces levantan la voz, como para que les oiga.
El otro día pasó por aquí Tomasín. Ese sí es un buen tipo: cariñoso, preocupado por todo el mundo, dispuesto a un buenos días, un buenas tardes, a un ¿necesitas algo? Me tocó en la puerta y como yo no abría me gritó: ¿estás bien?¿Necesitas algo? Insistió, hasta que aburrido se fue.
Estoy atrincherado aquí. Resistiré. No pienso ceder un palmo. Me lo han robado todo. Por no quedarme no me queda ni dignidad. Primero cortaron la luz, el gas, luego el agua… Me llega aire porque no tiene contador. Solo me queda esta casa, mi cueva la llamo yo. Mi mujer me abandonó. De mi hija no sé nada desde hace cinco años. Es verdad, no soy un buen tipo, no me he portado bien con ellas….
Ahí vienen otra vez. Pero… Esos pasos no los conozco: se sienten más firmes, más secos, más seguros. ¿Y ese ruido? Parece un taladro… ¡Qué cabrones!, qué hacen con un taladro en el bombín de mi puerta… ¡Joder, qué descaro…!
–¡Jacinto! Jacinto, ven acá… Mira esto…
–Qué pasa, Manuel, no me entretengas, abre la puerta de una vez y procedamos con el lanzamiento judicial. Este tipo no paga la hipoteca desde hace cinco años… Procedamos con el desalojo…
–Jacinto, ¿pero has visto?
–¿El qué?
–Mira, este tipo está fiambre. Y no es de un día o dos… Mira bien… Si no tiene más que pellejo y huesos… Aquí huele a muerto.
Aparecían perfectos enamorados, uno junto al otro, sus manos asidas firmes, fundidas pero a la vez relajadas como si la una a la otra le diera permiso a volar libre si así lo decidiera. Reposaban tranquilos, con aquella serenidad ancestral que tan bien les definía, al igual que a aquellos dos reyes etruscos de un viejo sarcófago de Villa Giulia.
No me llames reina que careces de corona, de dominios y territorios, que tampoco tú eres rey, que así sólo pretendes adueñarte de mis sueños, apropiarte de mi aire, convertirme en tu consorte, mudarte en mi carcelero.
El tacto, el único sentido recluido. Aún me quedan cinco. Y los sueños, esos siempre serán míos. También tuyos si los necesitas o simplemente los deseas.
Un arma que no guarda armero, que nadie vigila, siempre al alcance de niños e inocentes sin licencia para disparar. De lenguas ligeras que a veces funcionan como un gatillo bien engrasado, lenguas que destrozan vidas.
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