oTRO MILAGRO, ENTREGA DE EL COLECCIONISTA, NOVELA DE CECILIA BARALE

25 años sin hablarse y el incendio de la Biblioteca de Bagdad ha provocado el regreso inesperado a casa de Ernesto Mosconi. El sacerdote se enfrenta a su hermano Raúl en una acalorada discusión donde aparecen los viejos fantasmas y rencillas. La recuperación milagrosa de Ernesto de una enfermedad mortal y su posterior ingreso en el sacerdocio, fueron entonces los desencadenantes de la separación de los hermanos.

Así terminaba la semana pasada Viejas rencillas familiares,  tercera entrega de El coleccionista: «Pero el mandato de Raúl fue claro: “Si mi hermano se presenta aquí con los hábitos, no entra”. Durante cinco años Ernesto hizo lo mismo todos los domingos a la misma hora. Los hermanos Mosconi Arias, de pie en el mismo lugar pero separados por una puerta de roble que era mucho más fuerte que el acero».

EN ESTA ENTREGA:


«—Tu hermano estaba enfermo de gravedad. Él te ha pedido ayuda y tú le has dado la espalda. Tuviste la oportunidad de reconciliarte con él pero tu orgullo fue mayor.
—El dinero era de él… pero después de todo ya lo ha salvado Dios una vez… que le pida otro milagro»


EL COLECCIONISTA

Por Cecilia Barale

CUARTA ENTREGA. OTRO MILAGRO.

Capítulo 2. (final).

Se hicieron las dos de la mañana y Raúl seguía exactamente en la misma posición. Ni siquiera se había levantado a encender la luz. Ahora tenía los ojos bien cerrados pero en ningún momento había dejado de pensar en su hermano. ¿Cómo se había atrevido a aparecer en su casa de esa forma? Después de más de veinte años sin verse, había que ser descarado para olvidarlo. ¿Y qué había querido insinuar? ¿Sabría, acaso, que aún seguía detrás de aquel misterio que lo atormentaba desde su juventud? Imposible, pensó el hombre. No podía saberlo.

∗  ∗  ∗

En ese instante recordó la conversación que había tenido con Ernesto más de un año atrás. La charla telefónica había sido violenta y desagradable.
—Necesito algo del dinero que te doné hace años. Es importante… —habían sido sus palabras.
—Lo lamento tanto… he tenido varios gastos extra este mes, lo he gastado todo… —respondió el mayor de los Mosconi Arias sin el menor remordimiento.
Ernesto, del otro lado de la línea, tuvo que contener el llanto y los insultos.
—Es muy importante… por favor… —repitió esforzándose por rebajarse a tener que pedirle un favor a un hermano que lo había abandonado tantos años atrás.
Raúl recordó que Ibrahim lo había llamado poco antes y le había pedido que hablara con su hermano; le había advertido que, nuevamente, estaba enfermo de gravedad.
—No, no puedo —repitió antes de colgar el tubo sin esperar el descargo de su hermano.
—Es para un tratamiento médico… por favor —dijo Ernesto con el último hilo de voz que le quedaba, pero su hermano ya no estaba escuchando.
No obstante, Raúl creía saber perfectamente para qué necesitaba el dinero su hermano.
Durante los siguientes meses había sentido algo de remordimiento por su actitud e intentó averiguar mediante Ibrahim si Ernesto se encontraba bien. Pero Ibrahim, que había sido un gran amigo de ambos hermanos desde la adolescencia, se negaba a responderle.
—Él te ha pedido ayuda y tú le has dado la espalda —le reprochó un día por teléfono—. Tuviste la oportunidad de reconciliarte con él pero tu orgullo fue mayor… hay actitudes que van más allá del perdón.
—¿Sigue siendo sacerdote? —le preguntó Raúl.
—Sí —la respuesta fue un balde de agua hirviendo sobre su ego.
—Entonces no entiendo cómo ha tenido las agallas para pedirme ayuda…
Ibrahim hizo un largo silencio.
—¿Dónde ha quedado la libertad de pensamiento de la que tanto se enorgullecen en Occidente? Está enfermo y necesita ese dinero, que también es de él —respondió el director de la Biblioteca a pesar de saber que todo era inútil.
—Era… era… el dinero era de él… pero después de todo ya lo ha salvado Dios una vez… que le pida otro milagro.

∗  ∗  ∗

El ruido del teléfono interrumpió su pensamiento. Raúl se sobresaltó y sintió dolor al abrir los ojos luego de haberlos tenido cerrados con tanta fuerza. Se puso de pie de golpe y se dirigió al teléfono con tanta rapidez que volcó la copa de vino caliente que estaba en el piso al lado del sillón.
—Vale.
Alguien del otro lado articuló unas palabras en un castellano trabado.
—Ya sabes qué hacer —respondió Raúl y colgó el teléfono mientras una sonrisa se iba dibujando en su rostro.

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