
Neblí se ha citado en la cervecería «Correos» con Luis Antzara, el Íncubo, un aristócrata sinvergüenza que presumía de fornicar como un demonio, y que generalmente le encargaba amedrentamientos como dar palizas, rajarle la cara a alguno y cosas parecidas. Menos en una ocasión que le encomendó el crimen «perfecto» de una anciana.
Así concluía la semana pasada Un aristócrata sinvergüenza, tercera entrega de El esclavo de los nueve espejos:
«Dijo Abel Ruiz que aquella iba a ser la primera vez que Neblí tenía que matar a alguien y por eso anduvo remolón. Pero lo cierto fue que casi mata a una anciana. Y no lo hizo por un pelo como un chorizo»
En esta entrega…
«No tuvo problemas de conciencia porque tenía que matar a una anciana rentista que sangraba a sus inquilinos de la peor manera. Tenía fama de ser una bruja sin conciencia que, para recochineo, aunque era más rácana que Ebenezer Scrooge, presumía de beata limosnera»
«Matar no era complicado, había pensado entonces. Sobre todo por encargo. Porque los asesinatos con intermediario son siempre perfectos. O casi, que era lo fundamental. Lenin, se dijo, había escrito que no hay nada puro sobre la tierra»
El esclavo de los nueve espejos
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EL ESCLAVO DE LOS NUEVE ESPEJOS
Por Raimundo Castro Marcelo
CUARTA ENTREGA. EL CRIMEN ‘PERFECTO’ DE UNA ANCIANA.
“El Íncubo” le había contratado muchas veces para trabajos difíciles, pero el peor, aunque iba a ser el más cómodo, fue cometer ese crimen. “Tiene que ser perfecto”, le había dicho mientras ponía cara de ratón tras sus lentes octogonales. “Nos ha jodido”, había pensado él, intranquilo sin que el otro lo apreciase. Pero le traicionaron los dedos moviéndose sobre la mesa como los de un pistolero aunque no se dio cuenta porque era un gesto tan inconsciente que ni él mismo lo conocía.
Matar no era complicado, había pensado entonces. Sobre todo por encargo. Porque los asesinatos con intermediario son siempre perfectos. O casi, que era lo fundamental. Lenin, se dijo, había escrito que no hay nada puro sobre la tierra. Y era eso. Algo así. Que lo que define lo más bello, lo total, es lo ligeramente impuro, lo imperfecto.
No tuvo problemas de conciencia porque tenía que matar a una anciana rentista que sangraba a sus inquilinos de la peor manera.Tenía fama de ser una bruja sin conciencia que, para recochineo, aunque era más rácana que Ebenezer Scrooge, presumía de beata limosnera. Intentó atropellarla. La víctima cruzaba la calle todas las mañanas para comprar croissants en una pastelería situada frente a su portal y él sabía que quien confía en los pasos de cebra siempre está perdido cuando quieren matarle. No hay como acudir a pisar resueltamente esas rayas horizontales para suicidarse cuando falta valor. Sólo es cuestión de cruzarlas sin mirar ni a izquierda ni a derecha. Paso y crack. O, mejor, eschaff. Quedaba bien lo de quedar eschafado, pensó entonces. Era enternecedoramente sonoro.
Mientras expulsaba una voluta de humo por la ventanilla medio abierta dijo eschaff. Pero sonrió recordando que al final no había eschafado a la vieja. Y volvió a repetir: “Eschaff”. Cuando iba a por ella, algo pudo más que él y, frenando lo suficiente, le dio un golpe suave. Temió lo peor. Pero nada. Que nada. Estuvo a punto de dar la vuelta cuando escuchó sus insultos. ¡Jodé con la vieja! ¡Menudas palabrotas!, le dijo a Ruiz.
Él mismo abolló un alero del coche y le dijo al matón que había cumplido. Cuando Antzara se enteró de que la vieja andaba por ahí vivita y maldiciendo, por poco le apiola. Pero se defendió diciendo que cuando se fue estaba convencido de que la había matado. Y que eso. Había escuchado perfectamente el eschaff del atropello mezclado con el acelerón del coche. El fanfarrón le perdonó y estaba dispuesto a ofrecerle otra oportunidad cuando leyó el anuncio. Más oportuno, imposible, se dijo. Y hasta aprovechó el encuentro para mostrarse como un alumno que busca asesoramiento.
Se presentó ante el matón y le contó la historia del barón sin abundar en detalles no fuera a ser que le birlase el negocio. Y Antzara le dio el visto bueno. Ya era hora de que matase a alguien, de que le echara huevos al oficio. Sin remilgos. Además, concluyó, estaba más chupado que casarse con la fea del pueblo que encima era pobre.
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EL ESCLAVO DE LOS NUEVE ESPEJOS
Historia de una maldición
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El esclavo de los nueve espejos (ebook)
Por Raimundo Castro Marcelo
Historia de una maldición
«Sería, como tantos otros hijos de la gran puta, un esclavo más de los nueve espejos cuya oscura génesis conocía tan bien su aojadora familia desde hacía tantas e incontables generaciones»
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