Lindbergh, el primer piloto que cruzó el Océano Atlántico en avioneta. Ese era nuestro Héroe a conciencia de la semana pasada. Al personaje famoso de esta, el destino le cobró caro el favor que le hizo. Tienes diez líneas para dar con él.
Todo, todo lo que quiso lo tuvo en su mano. Salvo la vida. Ese fue el pacto secreto que sólo conocía el destino.

Eso de llamarse como el padre no debe de ser bueno. Y más si llegas más donde no lo hizo tu progenitor. Y más aún si te conviertes en leyenda y tu nombre pasa de boca en boca, de oído en oído, de mirada en mirada. Los que te vieron, los que lo contaron. La eternidad, que es así de caprichosa. Al tipo de hoy el destino lo sacó del hambre con una condición cuyo fin, como siempre, se reservó. Mientras, le dio gloria y riquezas, fama y mujeres. Todo, todo lo que quiso lo tuvo en su mano. Salvo la vida. Ese fue el pacto secreto que sólo conocía el destino. O eso creía. Porque él también lo sabía. Su vida pendía de un hilo, y cada atardecer era una nueva oportunidad para vivir, para dejarse las pocas fuerzas que le quedaban en las entrañas de su amada. Rápido, rápido, siempre rápido. Así vivió en un mundo que era tan inmenso como mínimo. Ambas vertientes las conoció. Hasta que una negra sombra se encargó de anunciarle la caducidad de su pacto. Morir para vivir eternamente. Esa jugada con las que el destino premia a sus elegidos.
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Héroe a conciencia

Aviador e ingeniero estadounidense. Fue el primer piloto que cruzó en 1927 el océano Atlántico, de oeste a este. Unía así los continentes americano y europeo en un vuelo sin escalas y en solitario. Enlazó Nueva York y París, a más de 6.000 km de distancia, ganando con ello el premio Orteig, de 25.000 dólares de la época. En 1954 fue premio Pulitzer a la literatura con su obra “Spirit of St. Louis”, un relato sobre su famoso vuelo.
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