
Detalle del Sarcófago de los esposos en Villa Giulia
En el regazo de ella la mano tendida señalaba al azar la carta que descansaba entre sus piernas, el puñal traicionero que les había conducido a esa última y drástica decisión.
Mantenía la firme serenidad que los años no le habían robado. Sus ojos, vidriados por la ancianidad, conservaban intactos los compases de amor que habían guiado toda su vida hasta la senectud. Aún dibujaba en su rostro esa joven y pícara sonrisa que exhibía de medio lado en exclusiva para su amante perpetua. Ella pintaba en sus labios una sonrisa plena, completa, satisfecha. Su rostro parecía cincelado por suaves líneas dibujadas a acuarela en el lienzo de una vida tan generosa como su sonrisa. Sus miradas, dos amantes entregados.
Aparecían perfectos enamorados, uno junto al otro, sus manos asidas firmes, fundidas pero a la vez relajadas como si la una a la otra le diera permiso a volar libre si así lo decidiera. Reposaban tranquilos, con aquella serenidad ancestral que tan bien les definía, al igual que a aquellos dos reyes etruscos de un viejo sarcófago de Villa Giulia.
En el regazo de ella la mano tendida señalaba al azar la carta que descansaba entre sus piernas, el puñal traicionero que les había conducido a esa última y drástica decisión. La mano de él delataba como un dios intransigente a un frasco vacío en el suelo y que hasta hacía poco contenía el veneno con el que decidieron terminar sus días.
Sobre el papel aún se adivinaba la traición, esa que intentaron encubrir infructuosamente las lágrimas:
“…sabéis que no os puedo atender en casa… los niños…. el trabajo… Y con Jaime tampoco podéis contar…. no para de viajar, siempre está en el extranjero…”
“Nos ha sido imposible cumplir vuestros deseos…”
“Tendréis que estar en residencias separadas, pero están cerca, podréis veros…”
“Vuestros hijos que os quieren…”
Como Romeo y Julieta quedaron grabados a carne y hueso en aquella estampa que rebosaba amor eterno, hasta que un viento helado invadió la estancia y empujó violentamente la carta y desbarató el cuadro.
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- Como Romeo y JulietaAparecían perfectos enamorados, uno junto al otro, sus manos asidas firmes, fundidas pero a la vez relajadas como si la una a la otra le diera permiso a volar libre si así lo decidiera. Reposaban tranquilos, con aquella serenidad ancestral que tan bien les definía, al igual que a aquellos dos reyes etruscos de un viejo sarcófago de Villa Giulia.
- Juego de fantasmasInvaden el salón con risas y trajes de fantasmas. Saltan sobre el sofá hasta que los tres se desploman rendidos y enfundados en sus improvisados abrigos. Entonces el juego cambia. Ahora las linternas invaden la oscuridad de la sala y crean un firmamento sobre sus cabezas.
- Ladrón de bicicletasCasi de noche, todavía a oscuras, pues apenas habían despuntado las primeras luces del día, el ladrón se mueve en la penumbra, a tientas, y sigilosamente y a hurtadillas le roba a la niña su bicicleta. Un tierno infante que aún desconoce todo sobre el amargo sabor de la traición.
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